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domingo, 8 de abril de 2018

Carnet de flojo.

  Después de publicar una entrada sobre el carnet de gordo, era de casi obligado cumplimiento escribir una sobre los vagos, porque en muchas ocasiones son dos asuntos que van unidos. Y es que en estos magníficos días de invierno que hemos tenido en los que ha faltado sólamente que nieve en nuestra ciudad, decir que uno va a entrenar en cualquier disciplina deportiva es digno de la moral de los combatientes del Álamo. Y es que vamos a decirlo, cuando uno sale a correr ya sea en una cinta o en un espacio libre, parece que lo hace en el mismo campo en el que jugaban Oliver y Benji, todo es tan grande que uno ve hasta la inclinación del planeta Tierra cuando sólo pretende llegar a la esquina del estanco de tu barrio, y vuelta. Los primeros objetivos pasan por cumplir un determinado tiempo, pero visto lo imposible de la empresa, con llegar andando sin arrastrarse, y sin lesiones, a casa, ya es todo un mérito, igual que con las borracheras de juventud. Lo del gimnasio ya es otra cosa, uno levanta pesos, pero muchas veces estás tumbado, y eso, ya es algo que atrae, todo hay que decirlo. En cuanto a las artes marciales, pagar para recibir tortazos a diario debería de estar considerado maltrato. Pero la plenitud y el apogeo del vago ocurre cuando toca ir a nadar en invierno y te encuentras con una manta viendo la televisión un sábado por la tarde, cuando en la calle hace cero graditos de nada. Ni frío ni calor. Si tienes el valor de levantarte y coger el coche, es que tienes alma de forajido.

 Con los trabajos es otra cosa. Ahí hay que doblar el espinazo por narices y casi por amor al arte con lo que suelen pagar en los últimos tiempos. Y es que el mercado laboral está muy difícil, no hay nada para probador de colchones en Pikolín, que es para lo que uno ha estudiado. Ya que a lo largo de mi vida, ya mostraba una cierta vocación en el instituto cuando buscaba que me echaran de clase, o alargaba el recreo en unas interminables partidas de tute o fútbol en el patio. Y es que el centro donde estudié es bastante cabroncete para aquello de la fuerza de voluntad: grandes balconadas en las aulas y enormes graderíos al lado de las pistas de fútbol, donde uno podía sentarse como un lagarto a tumbarse para coger sol en invierno (y que inviernos tan cálidos y soleaditos tuvimos entre el 97 y el 99). O un patio central con soportales, ideales para las partidas de cartas en los días de lluvia o cuando llegaban las calores preveraniegas. En la universidad la cosa tampoco mejoraba, y es que estudiar cerca de la playa de la Caleta o el parque Genovés, con sus incomparables céspedes, es como para animarte a entrar en los fríos, austeros y antiguos aularios de Cádiz. Así que cotorras, palomas y yo, junto con mis amigos, trabamos una cierta familiaridad tras habernos comido cientos de bocadillos gigantes de Maruja, y hacer la lentísima digestión que el ali oli y las papas del interior del "montadito" te proporcionaba. Así, como los buitres leonados de los campos de Olvera, tras comerse una res del tamaño de un ñu, eramos incapaces de levantar el vuelo, y nos quedábamos anonadados como si nos hubiéramos fumado un petardo trompetero. En cuanto a la vida laboral que uno adquiere de adulto, las cosas cambian, y es más o menos igual que en el matrimonio, cuando uno está fuera quiere entrar, pero cuando está dentro, quiere salir. Y es que el mercado laboral en España, cuanto más te toques los huevos más estable es tu trabajo. Que no se me echen encima los funcionarios, no me refiero a ellos, en exclusiva, no es justo nunca, generalizar en un gremio u otro, en el que hay de todo, como en botica. Sino a todos los trabajos tanto funcionariales como por cuenta ajena, e incluso en el mundo de los autónomos es posible verlo, en el que el efecto Graimito, constatado en un capítulo memorable de los Simpsons, uno puede observar como hay cascarones de huevo en todos lados que flojean más que los amortiguadores de un Tata con la complacencia de la gente que le rodea; mientras tanto al de al lado, normalmente becario, o con contrato temporal, le caerán todas las faenas, trabajos, broncas y responsabilidades que el/los vecinos tendrían que tomar por suyas. Así pues, como en todo en la vida, no es lo mismo estrella en el culo, que culo estrellado. Así que ese Graimito, deseará quitarse de un trabajo mal pagado mientras escucha a todos los desempleados que conozca, aquello de: si no lo quieres, dámelo, que ya verás lo pronto que lo cojo. Alguien que normalmente, no ha cogido una espiocha en su vida, pero que dice ésto mismo, porque es lo que oye a todo el mundo, y queda la mar de bien. Pero en el fondo, tanto tú, como él, sabéis que es mentira, nadie quiere ese empleo, los dos deseáis el sueldo Nescafé, o el de la ONCE, aunque lo ocultéis, por aquello de que sino os tachan de flojo.  

  Ahora bien, el colectivo de los flojos, otro olvidado, al igual que los gordos, sufren como no podía ser de otra manera de las típicas preguntas de si es que de verdad no hay nada o no lo estás buscando,  porque realmente todos lo sabemos, en España no trabaja el que no quiere, a decir, por los que ven los toros desde la barrera, claro. O los grandes consejos o sermones de los demás, sobre todo a lo que se refiere a frases del tipo Paulo Coelho o Jorge Bucay, en los que está de lujo escuchar aquello de "no triunfan los que no se caen, sino los que se levantan con cada caída", o "sólo los valientes logran su objetivo", o "la suerte no viene sola, sino que hay que buscarla"... Como decimos en Cádiz, míquehuevos, o lo que es lo mismo en castellano cervantino de toda la vida: consejos doy, que para mí no tengo. Pues para muchos amigos que uno tiene, a los que la vida les sonríe laboralmente, los parados son unos vagos que no quieren doblar el espinazo, y cierto que hay flojos, pero también los hay que no dan un palo al agua entre los trabajadores, aquellos que se pasan la vida tomando café, fumando, o escaqueándose de la oficina para ir a comprar pescado o ver a su hijo disfrazado de pastor por Navidades. O aquellos operarios de fábrica o albañiles que se ponen a paliquear en cuanto desaparece el encargado. O sea, que no es lícito juzgar y comparar a los parados con la vida de uno, y menos en un país como España, donde encontrar un empleo depende de tres opciones con sus distintos factores: o ser autónomo y que te vaya bien (aprende a rezar), opositar y que haya las suficientes plazas para que los interinos no se te cuelen con una sola firma en un examen, o directamente, tener un padrino que te enchufe, algo importante también en las otras dos opciones, si es posible. 

 Así pues, junto con el carnet de gordo, el pasaporte, el DNI, el carnet de conducir, el de la Seguridad Social, el de la BP, el del IKEA family, y la tarjeta de crédito más ruinosa del orbe, voy a tener que añadir el de carnet de flojo. Con tantos carnets voy a tener que necesitar una cartera de vieja, pero de todos modos, faltan las acreditaciones más importantes, el de alguna afiliación política o sindical, que me de lugar a un puesto de maestranza colchonero, no del Atleti, sino de Pikolín, que es menos sufrido. Pero con lo Graimito que soy, seguro que me harto de pegar carteles y lamer culos, y sólo se acordarán de mí de palmero y niño de los recados, y es que como dije en el segundo párrafo, la estrella de mi culo, es una enana blanca que no ilumina ni da calor ni con una estufa de refuerzo, mientras otros gozan de una gigante roja que con su sola presencia logran hacerse un hueco donde sea. Pero por supuesto, la culpa es mía que no me lo he currado lo suficiente...

lunes, 19 de marzo de 2018

Carnet de gordo.

  Han pasado las Navidades con sus comilonas, y han pasado los carnavales con sus pestiños, papas aliñás, montaditos de pringá, y demás. En los últimos días, los rayos de sol tienen algo más de fuerza, pronto llegará la ropa ligera, y en efecto, al mirarte al espejo, pareces la sombra de Alfred Hitchcock por la panza que tienes. Esa que ha logrado que viva toda una población de enanos bajo el michelín. Lo cierto es que por mucho que digan, no cuesta nada criarla, sino que es bastante agradecida, y se deja querer, por lo que su índice de crecimiento es exponencial con respecto al de su decrecimiento en periodos de dieta. E ingenuo de ti, piensas que ya una vez pasado dichas fiestas es un buen momento para seguir una alimentación equilibrada, o según lo jibia que seas, una dieta agresiva tipo Dunkan. Pero es un autoengaño, porque después vienen la Semana Santa, que aunque tal vez no te gusten las procesiones, pero sí que te pirras por los roscos de la pastelería de la Victoria, y tampoco le dirás que no, al medio kilo de torrijas que ha preparado tu abuela, ni le harás asco al arroz con leche que tanto te gusta. Y aún así, crees que todo ha acabado, pero después llegarán las ferias con sus serranitos y sus rebujitos, posteriormente el verano, y con ello, los chiringuitos, las cervezas y refrescos, las visitas de tu primo de Cuenca, o del que trabaja en Madrid...y los llevarás a comer pescaito frito, para luego, zamparte un helado en familia del tamaño de un zurullo navideño. Y una vez acabado el estío; octubre, y los nuevos propósitos de enmienda, que se rompen con los primeros huesos de santo o las chucherías de Halloween. Y así el ciclo de la frustrada vida del gordo, empieza de nuevo, en un eterno duelo entre conciencia y deber contra el "por uno no pasa nada", hasta que llega el día que, o te quedas palmera, o el médico te lo prohíbe todo. Más o menos casi lo mismo. 

   Pero en fin, aparte de maldecir la estética actual de la moda, en la que bien podía haber triunfado el antiguo gusto de Botero, cabe decir que si bien es una putada en toda regla lo de la gordura, tampoco es el fin del mundo, y si uno lo lleva bien, tampoco hay que llevarlo a la tremenda. El problema es cuando los individuos juzgan con especial dureza al pobre gordo, un colectivo, junto a los calvos, que no tienen posibilidad de integrarse en la sociedad sin que alguien les de por saco. Y es que hay que decirlo, si eres bizco, calvo o gordo (Si tienes los tres factores, empieza a creer en la reencarnación), entras dentro del grupo de los apartheid que los perfeccionistas imponen dentro de una estética actual, que seguramente, ellos tampoco cumplan por otros motivos. Y ocurrirá entonces que llegarán las bromas recurrentes y pesadas, una y otra vez más, de los mismos ante los que te tienes que justificar de porque estás cada vez más gordo y no como Leonidas el de las Termópilas, como un castigo de Sísifo, en un eterno día de la marmota. Porque de plastas está el mundo lleno. Lo cierto es, que yo estoy como el general espartano, pero con más tocino, y alguna tendinitis de más, que los años se notan. Pero hay que decirlo, aquello era Esparta, y te lo gritaban a la cara, pero no había pucheros, ni pescaito frito, ni manteca colorá, ni cerveza...por eso les daba igual dar su vida en la famosa batalla. Si eso hubiera ocurrido en Cádiz, con la berza que hace tu abuela, en sus "pequeñas" cantidades, daba para invitar a comer a todos los persas, y sobraba para que se llevaran un tupper, con una pequeña parte para el viaje de vuelta. And so on. Pero no, resulta que lo queremos todo, meterte entre pecho y espalda una ración extra grande de tortillitas de camarones, y que luego, crezca el bíceps femoral en lugar del bíceps abdominal. Y no puede ser. No obstante, como dice Leo Harlem, los que se cuidan no es que tengan una vida más longeva, sino que se les hace más larga. Y para qué vamos a discutir tan evidente razonamiento. Eso es más que notorio, y por eso, no hay lechugadas populares en carnavales, y sí pestiñadas, los Reyes Magos no tiran espárragos, sino caramelos, en el Oktoberfest no hay batidos de brotes de soja, sino cerveza, y en grandes cantidades. Sólo los ingleses celebran fiestas raras, como el cumpleaños de la Reina... pero habiendo probado su gastronomía y sus red beans, no me extraña que celebren tales cosas. 

  Y en fin, ya que estamos, vamos a decir otra verdad del barquero: realmente hacen las dietas los que estudiaban en el colegio, es decir, los que tienen fuerza de voluntad, para los demás carnet de gordo. Ese que te garantiza que en todos los cumpleaños, bautizos o comuniones te conceden el trozo más grande de tarta, ese mismo que tiene el tamaño de la primera piedra de la Giralda, con aspecto de sillar ciclópeo. En lo de las bodas ya entra la fuerza centrípeta y la gravedad que el sujeto tenga de atraer a los camareros del catering en los aperitivos; hay que decir que yo en las celebraciones nupciales me acabo toda la comida, lo hice incluso en la mía. Pero no nos engañemos, si no fuimos buenos estudiantes, o simplemente éramos del montón, lo tenemos crudo. No vamos a desayunar un simple kiwi, o vamos a cenar un bol de all brans de Kellogs, en su lugar, elegiremos las tostadas de Iberitos y su paté de jamón york o  bien compraremos un cartucho de pescaito frito, o por el contrario pediremos una pizza. Para que mentir en lo que es obvio, y es que delgados que coman mucho, hay algunos privilegiados, pero gordos que coman poco, existen tantos como unicornios rosas. Así pues, junto con el pasaporte, el DNI, el carnet de conducir, y la tarjeta bancaria más ruinosa del orbe, se encuentra expedido mi nuevo carnet de gordo, a la espera de que me hagan un descuento en la próxima torrija que pida en una cafetería en Semana Santa. Y el que quiera, que disfrute de su kiwi...