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lunes, 19 de marzo de 2018

Carnet de gordo.

  Han pasado las Navidades con sus comilonas, y han pasado los carnavales con sus pestiños, papas aliñás, montaditos de pringá, y demás. En los últimos días, los rayos de sol tienen algo más de fuerza, pronto llegará la ropa ligera, y en efecto, al mirarte al espejo, pareces la sombra de Alfred Hitchcock por la panza que tienes. Esa que ha logrado que viva toda una población de enanos bajo el michelín. Lo cierto es que por mucho que digan, no cuesta nada criarla, sino que es bastante agradecida, y se deja querer, por lo que su índice de crecimiento es exponencial con respecto al de su decrecimiento en periodos de dieta. E ingenuo de ti, piensas que ya una vez pasado dichas fiestas es un buen momento para seguir una alimentación equilibrada, o según lo jibia que seas, una dieta agresiva tipo Dunkan. Pero es un autoengaño, porque después vienen la Semana Santa, que aunque tal vez no te gusten las procesiones, pero sí que te pirras por los roscos de la pastelería de la Victoria, y tampoco le dirás que no, al medio kilo de torrijas que ha preparado tu abuela, ni le harás asco al arroz con leche que tanto te gusta. Y aún así, crees que todo ha acabado, pero después llegarán las ferias con sus serranitos y sus rebujitos, posteriormente el verano, y con ello, los chiringuitos, las cervezas y refrescos, las visitas de tu primo de Cuenca, o del que trabaja en Madrid...y los llevarás a comer pescaito frito, para luego, zamparte un helado en familia del tamaño de un zurullo navideño. Y una vez acabado el estío; octubre, y los nuevos propósitos de enmienda, que se rompen con los primeros huesos de santo o las chucherías de Halloween. Y así el ciclo de la frustrada vida del gordo, empieza de nuevo, en un eterno duelo entre conciencia y deber contra el "por uno no pasa nada", hasta que llega el día que, o te quedas palmera, o el médico te lo prohíbe todo. Más o menos casi lo mismo. 

   Pero en fin, aparte de maldecir la estética actual de la moda, en la que bien podía haber triunfado el antiguo gusto de Botero, cabe decir que si bien es una putada en toda regla lo de la gordura, tampoco es el fin del mundo, y si uno lo lleva bien, tampoco hay que llevarlo a la tremenda. El problema es cuando los individuos juzgan con especial dureza al pobre gordo, un colectivo, junto a los calvos, que no tienen posibilidad de integrarse en la sociedad sin que alguien les de por saco. Y es que hay que decirlo, si eres bizco, calvo o gordo (Si tienes los tres factores, empieza a creer en la reencarnación), entras dentro del grupo de los apartheid que los perfeccionistas imponen dentro de una estética actual, que seguramente, ellos tampoco cumplan por otros motivos. Y ocurrirá entonces que llegarán las bromas recurrentes y pesadas, una y otra vez más, de los mismos ante los que te tienes que justificar de porque estás cada vez más gordo y no como Leonidas el de las Termópilas, como un castigo de Sísifo, en un eterno día de la marmota. Porque de plastas está el mundo lleno. Lo cierto es, que yo estoy como el general espartano, pero con más tocino, y alguna tendinitis de más, que los años se notan. Pero hay que decirlo, aquello era Esparta, y te lo gritaban a la cara, pero no había pucheros, ni pescaito frito, ni manteca colorá, ni cerveza...por eso les daba igual dar su vida en la famosa batalla. Si eso hubiera ocurrido en Cádiz, con la berza que hace tu abuela, en sus "pequeñas" cantidades, daba para invitar a comer a todos los persas, y sobraba para que se llevaran un tupper, con una pequeña parte para el viaje de vuelta. And so on. Pero no, resulta que lo queremos todo, meterte entre pecho y espalda una ración extra grande de tortillitas de camarones, y que luego, crezca el bíceps femoral en lugar del bíceps abdominal. Y no puede ser. No obstante, como dice Leo Harlem, los que se cuidan no es que tengan una vida más longeva, sino que se les hace más larga. Y para qué vamos a discutir tan evidente razonamiento. Eso es más que notorio, y por eso, no hay lechugadas populares en carnavales, y sí pestiñadas, los Reyes Magos no tiran espárragos, sino caramelos, en el Oktoberfest no hay batidos de brotes de soja, sino cerveza, y en grandes cantidades. Sólo los ingleses celebran fiestas raras, como el cumpleaños de la Reina... pero habiendo probado su gastronomía y sus red beans, no me extraña que celebren tales cosas. 

  Y en fin, ya que estamos, vamos a decir otra verdad del barquero: realmente hacen las dietas los que estudiaban en el colegio, es decir, los que tienen fuerza de voluntad, para los demás carnet de gordo. Ese que te garantiza que en todos los cumpleaños, bautizos o comuniones te conceden el trozo más grande de tarta, ese mismo que tiene el tamaño de la primera piedra de la Giralda, con aspecto de sillar ciclópeo. En lo de las bodas ya entra la fuerza centrípeta y la gravedad que el sujeto tenga de atraer a los camareros del catering en los aperitivos; hay que decir que yo en las celebraciones nupciales me acabo toda la comida, lo hice incluso en la mía. Pero no nos engañemos, si no fuimos buenos estudiantes, o simplemente éramos del montón, lo tenemos crudo. No vamos a desayunar un simple kiwi, o vamos a cenar un bol de all brans de Kellogs, en su lugar, elegiremos las tostadas de Iberitos y su paté de jamón york o  bien compraremos un cartucho de pescaito frito, o por el contrario pediremos una pizza. Para que mentir en lo que es obvio, y es que delgados que coman mucho, hay algunos privilegiados, pero gordos que coman poco, existen tantos como unicornios rosas. Así pues, junto con el pasaporte, el DNI, el carnet de conducir, y la tarjeta bancaria más ruinosa del orbe, se encuentra expedido mi nuevo carnet de gordo, a la espera de que me hagan un descuento en la próxima torrija que pida en una cafetería en Semana Santa. Y el que quiera, que disfrute de su kiwi...