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sábado, 29 de junio de 2013

Robespierre y la guillotina.

 Cuando uno pasea por París, y pasa por donde estaba La Bastilla, se lleva una profunda decepción. Te pasas la vida escuchando que la toma de dicha fortaleza marcó el inicio de una revolución que vino a cambiar la historia universal. En cambio, cuando hoy día, llegas al lugar de los hechos, encuentras una plaza, enorme, desangelada y fea, todo hay que decirlo. No todo en París es precioso. Eso sí, restaurantes de lujo jalonan la misma.

 Entre los revolucionarios, hubo algunos que instalaron un tiempo de auténtico terror. Uno de ellos era Robespierre, quien si no inventó la guillotina fue por casualidad. Todos los días se pasaba por la misma a una multitud de inocentes, o no, por el hecho, solamente, de pertenecer a a la nobleza o al clero. O por que le contradecía sus tesis, simplemente. Pasó de un libertador a un tirano. Pero he aquí que un día la Guillette gigante se pasó por su cuello. Y aunque suene escatológico lo que voy a decir, es cierto: si uno se dedica a poner petardos en mierdas de perro, corre riesgo de que algún día la pólvora estalle antes de tiempo y se manche. Si les ha parecido desagradable, échenle la culpa al amigo que me dio dicho consejo. Es cierto que no era dado a la delicadeza.

 Esta entrada viene a consecuencia de la radicalización política que se vive en nuestro país en los últimos tiempos. Por todos los frentes. De hecho, muchos políticos irresponsables, como llegó a ser ZPolla, afirman que es bueno el hecho de que haya tensión. Pues tengan cuidado, que las guillotinas y las tapias de cementerio se vuelven contra uno. Porque a la vez que uno se radicaliza, también lo hace el contrario político, que aprende a defenderse. El  ejemplo lo he puesto con un francés, porque de españoles se empacha uno con los casos que se han dado en la historia. Había para aburrir. Y así nos ha ido.