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domingo, 20 de abril de 2014

La camiseta de Chester

 Ya está aquí, ya llegó. La primavera en El Corte Inglés, y en la calle también. Aunque en el primero, más bien vino el largo invierno del aire acondicionado, exagerado a todas luces en los centros comerciales. Y con el calorcito, llega la ropa corta, y las lorzas y barrigas lucen al sol primaveral. Bajo el aroma a azahar, empiezan a camuflarse el olor, en los sitios cerrados, a sobaquines de aquellos que ahorran en agua en vez de en cervezas. Y por supuesto, con el destape, llegaron los complejos de gordo o canijo (los menos) de todo personal aborregado en la imagen de Barbie y Kent poligoneros. 

 Ahora es el momento de observar con detenimiento a los más jartibles de los gimnasios: los típicos que con camiseta de White Label o Chester y chandal del mercadillo van a a ocupar todas las máquinas. Pero no crean, tampoco me gustan los bujarras con mallas del Decathlon. Y es que hay decirlo: el culto al cuerpo, como otras tantas cosas, nos ha vuelto gilipollas a la mayoría de españoles. Todavía recuerdo en un sitio en el que trabajé, y todos debían estar en forma y tener buena imagen , de cuyo nombre no quiero acordarme (está feo dar mala fama), en el que, quien era un poligonero se fumaba y se esnifaba todo lo posible. Y los que se obsesionaban por el deporte, estaban llenos de esteroides, proteínas, clembuterol o prehormonales; por supuesto con protectores de hígado y estómago. Y se quejaban de que yo me comiera mi bocadillo de chorizo en el descanso, y me echara un cigarrito, que eso era malísimo para mi salud...Las ironías siempre sorprenden, pero uno no puede imaginar cuanto. Porque lo fastidioso del caso, es que encima, el más sano de todos, era yo, el gordito.

 Y así y todo, uno sale a a hacer deporte, cuando puede, y como puede, orgulloso, con su camiseta de Chester, holgada, y manteada por el viento que azota constante en la Ronda del Estero. Donde los viejos van a andar en una ruta sin fin, antes de ir a comer churros con chocolate, para recuperar lo perdido. Y he decir, que no volveré a pisar un  gimnasio con nombre en ingles del tipo "Body Fitness", llenos de pijos a lucirse, y de canis a ocupar todas las máquinas. Que vuelvan los gimnasios de barrio, con música heavy, con olor a porro, barra de madera,  y mancuernas de hierro oxidado. No es que fueran un buen tugurio, pero al menos, no nos vendían la moto de que ellos llevaban una vida ejemplar. A base de proteínas y muesli. Tal vez vivan más que yo, pero para la mierda de futuro que nos espera, más vale quedarse con unos años menos, y mejor vividos. Pues sinceramente, no creo que el mundo espere de mi algo, como para vivir tanto. Fin.


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