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sábado, 7 de junio de 2014

El silencio de las chicharras.

 Llevo una semana tremenda de exámenes, todos seguidos, desde el martes hasta acá. Sin días de descanso, la UNED tiene esto, no es como las demás universidades, en que las pruebas están más espaciadas. En cambio, sales, francamente beneficiado a nivel de vacaciones, pues no te examinas en fechas tan tardías, o tan intempestivas, como principios o mediados de Julio. El tema es, que hace unos años, cuando empecé a trabajar, me decidí por estudiar algo que me gustara, por afición, y con la tranquilidad de no tener la presión de un estudiante estándar que se juega su futuro. Aquí voy a los exámenes gustoso, pero las neuronas ya no son las de hace diez años. Ya no me acordaba de estudiar, y hace tres años, empecé con cuatro asignaturas, el pasado con seis, y este año con siete. Se me ha ido yendo la pinza. Pues soy más chulo que un ocho, y enseguida, si la cosa ha ido bien, tiendo a abarcar más, y siempre caigo en el típico: No hay huevos... Y como dicho, si la cosa sale bien, conociéndome, el año que viene serán ocho.

 Como es evidente, en una semana de estudio, he buscado todo silencio posible, en una casa, la mía, que es normalmente silenciosa. Pero por las mañanas las calles del sur español, son como las del sur italiano, o las de Marruecos. Hay más ruido que en la sala de máquinas del Titanic. Entre los millones de paqueteras y camiones descargando, los dos camiones de butano de cada compañía, las sirenas de la policía, el tío de la furgoneta vendiendo picotas y sandías (al cual me entraron ganas de tirarle una maceta a la cabeza) con altavoces, la otra del tapicero de las narices, con altavoces y que suele pasar siete veces por la mañana, el de los melones, el de los tomates, el afilador, el niño de la propaganda del Carrefour, que es medio gilipollas, y siempre llama a mi telefonillo para que le abra, y además, con dos cojones, echa toda la publicidad en los buzones personales, solapando todo, en vez de dejarlo en un buzón, amplio y que tiene bien escrito, en grande: Publicidad. Y el que falta es el de los huevos, al que los vende me refiero, claro, que llama a mi puerta, para vender a la otra. Menos mal que el orco de mi vecina no es de dar mucho por saco. Y la furgoneta del tapicero, es que ya me persigue,  el otro día estando en Cádiz en coche, allí andaba el tío, detrás, con el altavoz puesto, y yo, con una barredora del Ayuntamiento delante mía, a treinta por hora, y sin posibilidad de adelantar. Esa furgoneta debe ser de la CIA (como bromeó un amigo) y que Obama, en realidad me espía, como a Merkel, por mi blog. Pero el ruido no es una cosa en la que uno se pueda librar tan fácilmente, pues puede acabar dentro de tu cabeza. Por ejemplo, uno sabe distinguir cuando una canción es una auténtica basura de la que no, pues es la que se te queda grabada en la memoria, y no hay manera de quitártela, a pesar de que lo estás deseando. De esas, hay demasiadas ya, en un mercado musical saturado de melodías chatarra, hecha en cadenas de montaje. Todas iguales. Por ejemplo, España lleva presentando en Eurovisión, desde hace diez años lo mismo. Pero es que el resto, igual. Por supuesto, esa canción que se te queda en la memoria, borrará a la que tenías antes, y sí te gustaba.

 Si ahora bien, usted pretende creer que el campo le va a librar de los ruidos, tal vez se equivoque. Recuerdo como en La Sauceda, en pleno parque natural, y en lo más profundo del bosque de Los Alcornocales. En pleno verano, lo mejor era estar metido en río (frío como el hielo). Debido al calor y a la humedad, casi tropicales que hay en las sierras del sur de Cádiz. Pero tanto de día como de noche, había más ruido que en plena Gran Vía de Madrid; pues en las horas de plena canícula, las chicharras dejaban sordo a todo hijo de vecino, el ruido era constante, y muy fuerte. Cuando empezaba a anochecer, la cosa se relajaba, y era cuando mejor se estaba en el bosque, fresco, y en silencio...pero sólo unos minutos. Luego, llegaría la hora de los bichos, los grillos no paraban, los búhos, y sobre todo los cárabos, eran el coro de navidad de Montserrat Caballé, los cerdos, vacas, ciervos, tejones, ginetas, mangostas, serpientes...de todo pasaba por al lado de tu refugio, y de todos te enterabas. Total, que si usted quiere el silencio más absoluto, váyase a un partido del San Fernando, estará solo en la grada. Y podrá estudiar, o leer, tranquilo lo que le plazca, por el fútbol no se preocupe, ya se sabe el resultado a la entrada: el San Fernando pierde.


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