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sábado, 12 de mayo de 2012

El día que viví en una república comunista

 Fue cosa de hace dos semanas, y nunca creí que en Europa todavía haya rincones que recuerden a los países del viejo Telón de Acero. Al fin y al cabo, fue derribado en el año 1.989, es decir, hace la friolera de veintitrés años (que rápido pasan...). Tan sólo la minúscula Albania, y un pequeño rincón de un polígono industrial de Puerto Real, que en la práctica corresponde a San Fernando, conservan un modo de vida similar. Sobre el seguimiento de los empleados al más puro modo de la KGB en grandes almacenes tengo para hablarles durante un rato largo; pero de la persecución y falta de intimidad a los clientes, he de confesarlo, me pilla de novato. Fue, como dije, una tarde de éstas aburridas, en las que uno no tiene nada que hacer, en la que decidí entrar en unos grandes almacenes del mueble. La fama del centro, y varias recomendaciones personales me animaron. Pero prometo por imperativo legal (como dicen los de IU), que al que me recomendó el lugar, le aconsejaré alguna película del Steven Seagal, para vengarme. 

 Nada más entrar nos aparece una comercial enana y cabezona, en los dos sentidos de la palabra, que nos dice aquello típico de todos éstos sitios, es decir, si buscamos algo, y si necesitamos ayuda. A lo que respondemos que sólo hemos venido a mirar, y hacernos una idea. Pero ella, erre que erre, sigue insistente en que si buscamos algo moderno para tal lado, y si lo que desean son muebles clásicos para el otro. Vale, muchas gracias. Seguimos. Pero empezamos a notar aquello que se siente cuando uno está en el bosque...hay ojos que te observan, y no sabes quienes son. No obstante, seguimos mirando, y opinando. A cada comentario que hacíamos, la piba aparecía para dar su punto de opinión, como si nos importara algo. Sino era así, notaba como una cabeza asomaba tras un mueble, y cuando la miraba directamente se escondía, como si no me hubiera dado cuenta. Así durante veinte largos minutos que se me hicieron atosigantes. El colmo del asunto llegó cuando nos paramos a observar un dormitorio que estaba de oferta. Vuelve a aparecer, pero ésta vez en serio. Nos comenta que es el último que queda, y que, casualmente, mañana sábado, vendrá gente a porrillo a pelearse por el dormitorio, como si fuera un bote de mayonesa en un dos por uno. La cosa, precisamente hoy (por aquel viernes), estaba demasiada tranquila, no era normal, según ella; lo razonable es que hubiera gente dándose tortazos por las cosas como si estuviéramos en las rebajas del Carrefour. Sea como fuere, le di largas, pues me sabía todos los trucos de ésta gente, ya que una vez trabajé, también, en unos grandes almacenes. Seguíamos dando el paseo, y erre que erre, detrás nuestra como un perro de una salchicha. A cada charla que hacíamos, ella aparecía de repente, como el que no quiere la cosa, a dar su opinión. Pero todo tiene su cenit, y si una no era suficiente, apareció la jefa, para dar más por culo si cabe. Y otra vez, con lo mismo. Así hasta un rato, en el que ya por aburrimiento le dijimos, mira mañana venimos. Evidentemente, salimos corriendo para no volver, pues el castillo de Drácula era más acogedor. 

 Voy a decirlo claro, por si me lee alguien relacionado con el comercio al que me refiero, que de gracias a Dios de que no soy un siesomanío, como se dice en Cádiz, porque sino pondría a parir el centro en cuestión, y le daría mala prensa. Pero como siempre caigo, en que detrás de cada trabajador hay una familia, no voy a decir el nombre de la cadena a la que me refiero. Sólo diré que se encuentra en Jerez y en San Fernando, es de muebles, y lo anuncian mucho por la radio, con la música de una piba chillona. Ya de por sí el espacio publicitario te toca los huevos. Digo yo, a sus gerentes, si son capaces de leer algo, y logran tomar nota de éste blog, que se pregunten porqué los almacenes de San Fernando están vacíos, y no va ni su puñetera madre a comprar un triste cuadro. Entiendo la crisis, y que hay que vender, que se va a comisiones. Pero una cosa es intentar agradar, y otra meterte la jugada por narices. El punto final del intento de venta era digno de anotar en el libro de reclamaciones, por no hablar de una denuncia a la Organización de Consumidores. Pues era puro acoso. que si pidiendo el teléfono, que si decidan ya que el mueble se lo llevan. Lo voy a decir, claro, y perdiendo las formas, algo poco común en mí: Váyanse al mismísimo carajo. Si quieren dar por saco persiguiendo a alguien pueden optar por irse a vivir a Corea del Norte, allí lo mismo les va mejor. Y por favor, no me vuelvan a tomar por carajote, que puedo tener cara de ello, pero no lo soy. Que de enteradillos de la vida ya me conozco todo el percal. Así que ya puedo hacer una camiseta en la que ponga: Yo sobreviví a los comerciales de Muebles Bri...¡uy, casi se me escapa!. Que es algo parecido a cruzar el río Serengueti lleno de cocodrilos. 

 Aquella tarde llovía, y no se veía el sol, no estaba tapado por gilipollas que volaban, pero visto lo visto, bien pudiera haber sucedido.

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