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sábado, 23 de febrero de 2013

Lo bailado...

 Es noche de viernes...y como desde hace años, a esta hora estoy en casa, y a punto de acostarme. No siempre fue así, hace tiempo, era habitual que saliera de jueves a domingos, incluso. Todas las noches sin excepción. A partir de los veinticinco éstas escaseaban, empezaba ya, a gustarme aprovechar el día. Me regalaron mi primer coche, y la cabra tiró al monte, con el Clío rojo íbamos de excursiones por los distintos pueblos, pero en plan tranquilo. Y eso que el coche tenía goteras cuando llovía, entraba el agua por un techo solar mal sellado, y el éste se humedecía formando manchas que parecían a las de la Casa de las Caras de Bélmez. Tan sólo empezamos a recuperar, un poco, a salir otra vez por la noche, cuando empecé a trabajar en unos grandes almacenes (por lo de los horarios), y aunque no volví a tener contrato con ellos, sí recuperamos cierta costumbre con otra pareja de amigos, con la que ya no volveremos a pisar la calle en nocturnidad (acaban de tener un hijo, enhorabuena). Así que el día se vuelve a imponer, y yo, casi que lo agradezco. Los tiempos cambian, y yo me he vuelto comodón las noches de los fines de semana.
 
 Sin embargo, he de decirlo siempre asocio aquellas etapas con muy grato recuerdo. Hay que decir que en la vida tan sólo los veinte o veinte y pico años primeros disfrutas solemnemente sin ningún problema real en la cabeza. A partir de ahí, aunque disfrutes, la cosa cambia, ya tienes que trabajar, en el mayor de los casos, donde puedes, y casi seguro, en un sitio que odias, o que, sencillamente, no te gusta. Tienes que buscarte la vida en todo, y hay que atender a distintas cosas que resolver a diario. De eso, se libran Peter Pan y Ramoncín, el resto tenemos que marmarla, así de claro. Por ello, a mi entender, el mejor consejo que se le puede dar a un adolescente es: que se deje de novias, y disfrute de los amigos todo lo que pueda, que luego Dios dirá donde podreis acabar cada uno. Que disfrute de las juergas, que beba, que fume en los cuartos de baño del instituto, que se enrolle con quien quiera, y luego olvide. Que amanezca en la playa resacoso. Que vaya a fiestas y barbacoas. Que juegue todos los partidos de fútbol que después no va a poder jugar. Que vea todos los partidos en el bar los domingos, que vean todas las películas para adolescentes en casa de un colega (cuando los padres no estén) con todos los de la pandilla reunidos bebiendo litros de cerveza. Que vayan de camping, en plan hippie. Que disfruten de sus padres y hermanos, mientras estén todos en casa. Y si quiere, que estudie un rato. Que hay tiempo para todo. Porque hay que decirlo claro, porque a partir de los veinte y pico, son muchos los piensan que podrían haber llegado más lejos en la vida, pero al menos, uno debe quedarse con la sensación de haber disfrutado todo lo que se podía. De que nadie te quita lo bailado. De no haber perdido la juventud.
 
 Todo esto viene a cuento, porque el otro día, nos encontramos por la calle a la típica pareja de amigos que ahora salen juntos, y ahora cortan por un tiempo. Lo peor es que casi llegan a la cuarentena. Nos preguntaron: ¿Ud no salís de noche normalmente? ¿Que vais a dejar para viejos?. El silencio es la mejor respuesta para no ofender a un amigo al que no es plan de joderle. Pero en mi pensamiento (y en el de mi mujer) quedó: macho...yo ya disfruté lo que pude cuando debía. Prefiero disfrutar de otras cosas, correspondientes a mi edad. Como tú no lo hicistes en su momento, ahora pretendes recuperar el tiempo perdido. Todo el mundo es libre de hacer lo que quiera, ésto es una democracia. Pero la juventud una vez que se pierde, no se recupera, por mucho empeño que uno ponga. Los inténsidad de los sentimientos, la sensación de vértigo, de imbatibilidad, la energía, la ilusión por un futuro utópico...eso ya, no se vuelve a tener. Y a mí, ya nadie me quita lo bailado.


 

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