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sábado, 13 de abril de 2013

Fin de una época.

 Si algo me ha enseñado la vida es que cuando algo huele a final de ciclo, es mejor tomárselo con filosofía, y empezar a adaptarse a los nuevos tiempos. Todo lo que sea forzar algo que ya no ilusiona, es cerrarse puertas a uno mismo, y amargarse en algo que ya ni tiene futuro, ni se le espera. Ocurre con los trabajos, relaciones personales, amistades, amores, deportes, etc. También sirve ésto para aplicárselo a los países y sus sistemas. Cuando algo ya no levanta pasiones es muy mal asunto, porque sus ciudadanos, o súbditos, según se mire, ya ni creen ni piensan en un futuro colectivo prometedor. Desaparece entonces toda posibilidad  de prosperar, y llega el hartazgo más absoluto, y el fácil ascenso de los radicalismos.

 ¿A que viene ésto que comento?. No se asuste, no me pasa nada personal. Pero es la sensación que me transmite el sentir colectivo español cansado de una maquinaria estatal que se encuentra oxidada y torpe de movimientos. Cualquier aspecto ya es discutido del modo más agrio. Se perdió la ilusión infantil de la transición, y la creencia en un futuro colectivo.  El hartazgo que las últimas encuestas señalan, es cuanto menos preocupante: de momento los dos partidos grandes se pegan, con perdón, una ostia de cuidado en intención de votos. Por otro lado jueces y periodistas, otros dos pilares importantes de un sistema democrático también están peor mirados que los banqueros...que ya es decir. Y por último, la monarquía, que tuvo su valor en un determinado momento, pero que hoy día no goza de la simpatía de casi nadie. Salvando a sus palmeros, claro. Y aunque salgamos de la crisis económica, que seguro que sí, lo que está claro que estos duros años han marcado un antes y un después en la trayectoria de España.

 Políticos cobardes y corruptos, jueces estrellas y estrellados, periodistas sensacionalistas, sindicatos más amarillos que la camiseta del Cádiz, famosos ostentadores, nobles y reyes vividores, empresas públicas, policías locales y asesores enchufados, banqueros y empresarios sinvergüenzas y ladrones, trabajadores cada vez más explotados y sin derechos, SICAV y liberados de impuestos...todo un cóctel, para una calle cada vez más agitada, para que se arme un pollo de cuidado. Sólo los que viven del sistema no ven su final, que es tan claro como el agua. O se toman medidas para que entre aire fresco, la cosa se renueve y vaya a mejor. O ya saben lo que ocurrió en la Alemania de Weimar donde un tal Adolf se hizo con el poder, o lo que pasó con la II República Española, el fracaso más mitificado de nuestra historia, la Rusia de los Zares, o la Francia del XVIII. Pero siento decirlo, todo huele a mierda, y me temo que nadie va a limpiarla.


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