Translate

viernes, 13 de diciembre de 2013

El tonto y el tiempo.

  Usted no lo ve, pero está ahí. Acechando. Siempre lo está, le estará observando en este momento, o cuando salga a la calle. Es, o son, como los fantasmas de Iker Jimenez, como los dioses del Olimpo, como los mothman del Richard Gere. Son todopoderosos, y se encontrarán contigo, en cualquier cruce de caminos, en la curva de una carretera solitaria, en un hotel vacio, o en un parque de atracciones abandonado. Te controlan, incluso más, entre la masa de gente. Así pues, no tienes escapatoria si era era tu opción la de camuflarte entre el gentío. Ellos te van a encontrar, y te la van a meter doblada, haya gente o no, hablo, como no, de los carajotes.

 Aunque los problemas de los que voy a hablar es a nivel peatonal, también se pueden hacer extensible a la conducción. Recuerdo en el puente de Tosantos, como mi mujer y yo, nos topamos con uno, era en la población manchega del Toboso, donde supuestamente vivía Dulcinea, la amada de Don Quijote. Fuimos a comprar unos dulces a un convento donde las monjitas vendían una especialidad a la que llamaban "pelusas". Algo que yo siempre asocié a Maradona. Sea como fuere, vimos poca gente, y entramos. Pero como es costumbre cuando hay prisa, aparece el carajote. En este caso, una pava, de esas que no sabe que narices quiere, y su guía del grupo, que era más pesado que un collar de mármol. La niña de las narices no se decidía, y la monja, venga a sacar un tipo de dulces, y otros, y otros...y la tonta del bote que no compraba nada. Mientras, el guía, con acento de Castilla, le comentaba, esto es esto, y esto es lo otro. Que alternaba con una frase memorable: - ¡Madre, dele recuerdo a las monjitas!, ¡Que no me entere yo, eh, que no se los ha dado!-. Acto seguido, se volvía, y con el orgullo de disfrutar de sus quince minutos de gloria ante su grupo, decía: - Es que son cojonudas, oiga. Es otro tipo de trabajo el que hay dentro. Hace unos años trabajé ahí dentro-. Eso así, lo menos veinte minutos, con la alelada sin decidirse , y el otro carajote repitiendo una y otra vez lo mismo. Dándosela de importante. Y asomando una y otra vez la cabeza detrás de la pava, hacia la ventanilla, en unos gestos que me recordaban al burro de Sheck. Mientras tanto, mi mujer y yo, sin decirnos nada, nos encendíamos. En mi caso concreto, me entraron ganas de estrenar una navaja de Albacete que acababa de comprarme, y metérsela a cada uno en un ojo (monja incluída), para que así no me localizaran en la rueda de reconocimiento policial. Pero, como somos decentes, dejamos la cosa ahí, y nos fuimos sin dulces. Eso sí, mandándolos a la mierda. Por pesados. Luego, cosas de la vida, media hora después, nos volvimos a encontrar en el mismo restaurante. Y las miradas cruzadas eran propias de un duelo de espadachines del siglo de oro. Por dentro, nos acordamos de toda nuestras familias.

 No sea usted imprudente, y piense que estas son cosas que les pasan a otros, que a mí nunca. El carajote es un ser universal, que nunca desaparece, sino que se transforma, incluso, en energía, y vuelve alelados a toda una sociedad, como le pasó a la española anterior a la crisis. Como colofón, destacar que el tonto universal, puede cruzarse contigo en la calle. O lo que es peor, que coincidais en la misma acera, y trates de adelantarlo, y no te deja pasar, y cuando por fin logras adelantarlo, acelera. El mundo está lleno de ellos, y tal vez un apocalipsis lejano tenga la solución. Pero mucho me temo, que cuando no hay más vida humana en la tierra, quedarán las cucarachas, y los carajotes. Para ambos se ha intentado poner solución, pero todas son temporales, y nunca se da con la definitiva. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario