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sábado, 16 de junio de 2012

No es país para viejas.

 El mes de junio es el de las bodas. Dicho por las propias estadísticas, es algo empírico entonces. No hay nada subjetivo, aunque yo, cuando me case, será casi noviembre. Y es que para mí, el otoño tiene su particular encanto: es la época más bella en la naturaleza. Sobre todo sino eres del sur, que tiene un entretiempo, la verdad, bastante feote, pues es como una extensión más del verano, sólo, que ya no pisas la playa, y a parte de calor, hace humedad y llueve. A diferencia de lo que ocurre donde yo vivo, donde las hojas caen en diciembre, casi para enero, y lo hacen después de dos meses, con aspecto de sequeronas, en el norte; éstas se tornan de distintos colores que embellecen el paisaje como si de un lienzo se tratara. Aquí lo bonito son las llegadas de las aves invernantes, pero eso será para el blog "Mirando al Sur". Pero en lo que respecta a junio, el tiempo bueno está garantizado, y en el caso de la ropa para lucir, está claro, es de verano. 

 Pero independientemente de la fecha que escojamos, en todas las bodas, siempre está garantizada "la vieja". Esa que llora en el momento de "os declaro marido y mujer" y cuando los novios inauguran "el baile". También se emociona cuando, en las últimas modas, y con las últimas tecnologías, se proyecta un PowerPoint con las fotos de los novios desde chiquitines hasta la actualidad...y porque no se puede fotografiar el futuro con un cronovisor, como inventó el padre Ernetti, que sino, también pondrían fotos del futuro. Es aquella que coge al pobre solterón de la familia, y le saca a bailar, el pequeño rato de compromiso, que el joven le deja, para no hacer el feo, y cuando éste dice: 
  
 - Estoy cansado de bailar, me voy a tomar una copa.

 Ella le contesta:

 - Seguro que si fuera una piba de veinte años no te cansarías.

 Y en los pensamientos de la pobre víctima estaría: pues claro que no. Pero aquí no se acaba la tortura del pobre chaval o chavala de turno; a la salida de la boda, cuando el solterón, en cuestión, opta por irse para su casa, porque ya ha visto mucho desvarío por hoy. Ésta le asalta, e independientemente, de que vaya con pareja o no, y siempre le dice aquello de:

 - La siguiente (boda) la tuya...

  O...

 - ¿La tuya para cuando? ( Si éste no tiene pareja).

  Así una boda tras otra, y un bautizo tras otro, porque sí, en efecto, cuando ya te has casado, vendrá aquella pregunta de: ¿para cuando el niño?. Y es que el trauma y el coñazo, todo hay que decirlo, es tan cansino ya, como el famoso chiste de los garbanzos. Pero no crean que el solterón es la única víctima de las viejas, la gente de la calle, de a pie, como usted o como yo, podemos ser víctimas de ellas. Pues en la cola del supermercado, tanto la cajera, como cualquiera de nosotros tenemos que aguantarla, gracias a preguntas y afirmaciones tan brillantes como éstas: "¿ésta es la caja rápida?, pues es la más lenta. Joé, ahora se pone a hablar con el otro, y no atiende a nadie. Hijo déjame pasar que nada más que llevo dos cositas (y tú una). Y ahora la niña se va a desayunar. Niña, que me tengo que ir a hacer más tareas". Es esa vieja, que se cuela en el supermercado, en cualquier tienda, etc. Su método es sencillo, llega la última, y empieza a dar pequeños pasos para adelante, sin que nadie se percate de ello; y si alguien lo hace, lo tacha de insolidario con la tercera edad, sobre todo si el que se queja es joven. Una vez que entre todo el gentío de la tienda no es posible averiguar por el tendero quien tiene el turno, ella salta diciendo: "Yo sólo quiero una cosita"...que se convierten por arte de birlibirloque en ochocientas.

 Pero el cenit de su esplendor, se encuentra en la sala de espera del médico, sobre todo si es de urgencias, donde "la vieja", aquella que ahora va cojeando, y que antes vistes salir corriendo tras el autobús; empieza a quejarse: "¡Ay que malita estoy!, ¡ Ésto no se lo deseo a nadie!. Y todos aquellos, al final, en un acto de buena voluntad, dejan pasar a aquella pobre anciana, que sólo tenía un resfriado, mientras los demás tienen una herida de bala o una tibia rota. Porque sino, te encuentras con "la anécdota", esa, que siempre te cuenta la vieja de turno, y que suele empezar con: ¿te duele ésto?, pues fulanito empezó con lo mismo, y acabó muriéndose de un tumor. Tampoco ve en la TV el programa Gran Hermano, pero se conoce a todos los personajes, y empieza a contar, a voces, la vida y obra de cada uno, a su amiga marujona en la sala de espera. Una vez dentro, el pobre médico tampoco se libra, pues empieza a atosigarle con distintos dolores, y un "ay, que malita estoy y que poco me quejo", para que le recete todo lo posible en un boticario.

 En fin, vaya con ésta entrada, el homenaje a un personaje mítico de la España cañí, y que no ha sido lo suficientemente valorado. Es justo, que en la entrada de los centros médicos, o en los locales de celebraciones, pongan una estatua a "la vieja anónima", y que en la placa que se encuentre situada abajo, tenga escrito aquello de:

 - Yo sólo era por opinar, pero no me meto en nada.

  Y cuando sufras el acoso de una vieja, te recomiendo lo que dijo un humorista español, que cuando os encontréis en un funeral, le digas aquello de:

 - ¿Y el tuyo, para cuando?.

http://images.wikia.com/josemota/es/images/e/e7/La_Vieja_del_Visillo.jpg
Que malita estoy, y que poco me quejo.

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